Rrrrr, Rrrrrr, Rrrrrrr

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La orquesta en el tejado

Hacía ya tiempo que no íbamos a Madrid; no nos entusiasma la idea más que en contadas ocasiones, pero este domingo pasado tocaba visita a un sitio concreto a ver algo también muy concreto y lleno de vida y musicalidad: El Teatro Español acogía a Ara Malikian y todos los chicos y chicas que le acompañaban. Conocíamos a Malikian de una vez que le vimos junto a Yllana en la obra Pagagnini donde hicieron el deleite de todos los que nos congregamos allí.
Y esta vez no podía ser diferente. Su magnífica obra musical, La orquesta en el tejado, con él, impresionante maestro del violín y los que le acompañaban con más violines, violoncellos, violas y contrabajo, también estupendos músicos, hicieron que todos los asistentes quedáramos boquiabiertos. Además, tiene un sentido del humor espectacular, por lo que nos llevamos dos en uno. Os lo recomiendo porque seguro que os encanta. Os dejo una de las piezas:


jueves, 21 de noviembre de 2013

Quiero que sepas...



... que va para cinco meses que no estás con nosotros. Y hoy, después de ese tiempo, quisiera hablar contigo aunque ya no te tenga. Están siendo cinco meses de pena y de sentimientos amargos. No es que sienta culpa por pensar que no hice lo que debía por ti -no me reprocho nada- salvo saber que cuando ya decidiste que querías dejarnos no estuve contigo; me operaron dos días antes, ¿te acuerdas?. Luego, en algún momento de lucidez preguntabas a mi marido por mí porque yo no había ido a verte al hospital y querías saber si había tenido niño o niña. Pobre mío, tu cabeza ya estaba casi ida con tanto calmante para que tu enfermedad no te siguiera haciendo más daño. Lo que más siento es que había veces en que te dabas cuenta de que algo en ella no iba bien y preguntabas qué te estaban haciendo para estar así si tu cerebro funcionaba bien cuando llegaste allí.

¿Sabes cuál es una de las cosas que más tengo presente? Cuando te acompañé la última vez a urgencias días antes de mi operación porque estabas ya muy malito y llorabas porque no querías seguir viviendo y rogabas a dios que te llevara con él y me decías que por qué estábamos siendo tan buenos contigo si no lo merecías y llorabas por mis hijas y hablabas del daño que les habías hecho. Ellas tampoco estaban aquí cuando se te acabaron las ganas de vivir. ¿Te acuerdas que se habían ido a Irlanda un mes de voluntarias a dos granjas? Yo te lo contaba y tú unas veces parecías darte cuenta y otras te quedabas absorto, con la mirada ida del todo y tus cansados ojitos vidriosos, como oyéndome, pero sin escuchar lo que te decía. A ellas, a mis hijas, no les contamos la verdad hasta que no volvieron de Irlanda; preguntaban por ti cada vez que hablábamos con ellas y siempre les decíamos que estabas más o menos igual, incluso mejor a veces, porque no queríamos que sufrieran desde allí, tan lejos, si sabían que estabas empeorando a pasos agigantados y que tu fin estaba muy próximo. Fue muy difícil seguir hablándoles de ti cuando ya no estabas, pero no nos quedó más remedio que tenerlas engañadas. Lo comprendieron, aunque al principio les costó y nos reprocharon no haberles dicho la verdad desde el primer momento.

Ayer saqué los papeles de hospitales, de medicaciones, de solicitudes de dependencia o de residencia de mayores que, como tú bien decías, no iban a servir para nada, que te morirías antes de que tuviéramos noticias, tu D.N.I., tus carterillas del abono-transporte, tu reloj… Tiré todos los papelotes, incluidos los innumerables informes médicos. Total, ahora ya no sufres; no vas a tener que volver a pasar por más pruebas médicas ni volverán a darte todas esas pastillas de las que te quejabas siempre porque te guarreaban el estómago. Llevo conmigo siempre tu monederillo negro, aquel en el que te gustaba meter la calderilla; guardo en él las llaves de la oficina y ya no se me pierden por el bolso. 

Pero lo más importante de todo, aunque lo esté pasando un poco mal, es que a diario me acuerdo de ti y sigues con nosotros. Necesito que lo sepas, tío Carlos. Te envío un beso grandísimo que espero recibas con todo el cariño y la fuerza con que yo te lo mando.



miércoles, 20 de noviembre de 2013

TRES CANCIONES, TRES

Porque hoy venía escuchándolas en el coche tempranito y alguna sigue aún en mi cabeza. Espero que os gusten como a mí:

miércoles, 13 de noviembre de 2013


LA MAESTRA - Hector Gagliardi

 
Tan buena como mi vieja
y como ella nerviosa,
de las que agrandan las cosas
y que por nada se quejan;

Tenía entre ceja y ceja
esa cuestión del aseo
y en lo mejor del recreo
revisaba las orejas.

Decía que un pajarito
al oído le nombraba
los niños que conversaban
cuando salía un ratito;

Y si un grandote de quinto
armaba la tremolina,
parecía una gallina
cuando tiene los pollitos.

Nos tomaba la lección
siguiendo el orden de lista
y obligaba con la vista
a seguir con atención.

Yo era medio remolón
porque andaba por la “G”
y cien veces me chasquié
al preguntar de a traición.

Se pasaba todo el día
prometiendo malas notas
y que en vez de la pelota
estudiaran geometría.

Era mujer que sabía
de un golazo de boleo,
por eso es que en el recreo
los muchachos se reían.

Pero un vez se enfermó
y mandaron la suplente
que enseñaba diferente
y un día de “usted” nos trató.

Y nosotros ¡qué se yo!...
sería mejor maestra
pero fieles a la nuestra
declaramos el boicot.

Y cuando ya vino al grado
después de la enfermedad
nos pusimos a gritar
que casi la desmayamos
y cuando vio tantas manos
que la querían tocar
de floja se echo a llorar
y nosotros la imitamos.

Ah! Pobre maestra mía!
¡Cómo estarás ya de vieja!
revísame las orejas,
soy un chico todavía.

No sabes con qué alegría
quisiera volverte a ver:
no me vas a conocer
pero entonces te diría:
Yo ocupaba el tercer banco
al lado de la ventana,
el que abría las persianas
cuando el sol no daba tanto.

El que se ahogaba de llanto
el día que te dejó
y que nunca te olvidó
y es por eso que te canto.

Vos sos la dulce canción
de la edad que ya se fue;
hoy he venido otra vez
para darte la lección:
Preguntame de a traición,
maestra del cuarto grado,
que cuanto me has enseñado
lo llevo en el corazón.

 

Este poema se lo quiero dedicar a alguien que, a pesar de no saber si vive o ya falleció, causó en mí un sentimiento de cariño impresionante y eso es algo muy de agradecer por mi parte. Su nombre es (o era) Mª Ángeles, de Puertollano, y fue mi maestra cuando yo era pequeñaja. Cuando yo tenía siete años cambiamos de barrio y empecé a ir a otro cole más cercano, pero siempre la recordé; incluso fui a verla cuando yo estaba ya en el instituto. Y, por muchos años que hayan pasado, sigue aquí, en esta cabecita mía, como lo que era, una de las mejores maestras y personas que por mi vida han pasado. Ójala todos los profesionales de cualquier oficio fueran como ella fue, una auténtica luchadora a la que le entusiasmaba su profesión y que peleaba porque sus "niños" aprendieran, ante todo, a ser buenas personas. ¡Gracias, Mª Ángeles!

 

 

lunes, 4 de noviembre de 2013

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