Este final de año me harté de decirle a todo el mundo que por favor entraran en el 2013 con buen pie. Y yo me había planteado que también haría lo mismo, así que, aún teniendo que hacer de tripas corazón, y sabiendo que no me gustan nada las fiestas estas dichosas, me vestí ayer un rato antes de irnos a casa de los cuñaos a celebrar la noche vieja (sin suegra, todo hay que decirlo, que ella ya nos avanzó bastantes días antes que no salía de su casa esa noche, que está mayor y que no tiene ganas de jolgorios) y hasta me maquillé y me dí sombra de ojos después de vestirme de poca gala, pero mona.
Y llegamos, y había buen rollito y estábamos agusto. Hasta que, pasados los aperitivos, empecé a notar un fuerte dolor en la boca del estómago. Ahí estaba. Mi dolor bien conocido cuya causa era totalmente desconocida. Y a aquel dolor le siguió el otro, el también habitual ya para mí cuando me pasa ésto, el de un punto concretísimo de la columna vertebral. Se me jodió la cena y les dí la noche a todos los demás. De hecho, a eso de las doce menos diez, a base de insistirme todos, decidí ir a tomar las uvas con los trabajadores del hospital de Arganda. Pero ni eso. Llegamos cuando ya se habían tomado las doce uvas todos los que allí estaban (llevaba yo unas ganitas de comer uvas que ni os cuento). Y entregué mi tarjeta sanitaria y al rato me llamaron y me reconocieron; y decidieron que me sacaban sangre y que me hacían un electro, pues mi tensión andaba por las nubes que esa noche no paraban de sudar y mojar a todo bicho viviente que asomara la nariz por la calle.
Me colocaron una vía en la mano derecha tras bastante rato, pues una no es presa fácil de las agujas y sus venas se esconden como caracol bajo su casa, con lo que sé con seguridad que si un vampiro viniese a por mí, igual moría de inanición. Y me llenaron de pegatinas por el cuerpo para hacerme el electro. Y de esa facha, con la vía colocada y las pegatinas bien pegadas en la piel (aunque ya vestida), me hicieron salir a la sala de espera (valga la redundancia) en la que esperaba mi marido, el que más me ha querido y que me plancha las camisas.
Por fin, casi dos horas después, me llamaron por megafonía y me hicieron pasar a la consulta del médico, que me diagnosticó gastritis y que me entregó un informe, junto con el resultado del electro, para dárselo a mi doctora de cabecera, diciéndome que debía tomar un omeprazol diario, media hora antes de desayunar, y que hiciera dieta blanda unos días.
Así que volvimos a casa de los cuñaos, con el dolor bastante mitigado ya después de unas horas, como me pasa siempre que me da, me quité todas las pegatinas del mundo que me tenían aburridita e incomodísima y nos fuimos a casa, sin tomar uvas, sin brindar, sin meter el anillo de oro en la copa, sin darnos los besos correspondientes justo cuando terminan las campanadas. Seguro que si me hubiese calzado unas bragas rojas no habría tenido tan mala suerte.
Así que no sé qué tal me irá el 2013. Sólo sé que terminé de pena el 2012 y que entré en el año nuevo de pena, como un mihura, triste y dolorida y que lo recibí llena de pegatinas y con un buen moratón en la mano por la vía. ¡Pero seguro que es cojonudo!
Espero que vuestro fin de año e inicio del nuevo haya sido un poco mejor que el mío. Brindo por ello.