Como ayer os comentaba, andamos de líos con la barbacoa de piedra y, aunque luego tenía clase de manualidades, empezamos a meterle mano al bicho ese nada más terminar de comer. El contrario se calzó un mono de trabajo azul llenito de manchas de cemento y de pintura y de esa guisa nos pusimos a preparar amasijo cementero para pegar bien lo que nos quedaba. Se me estaba echando encima la hora de irme a clase, así que le ayudé con dos piezas algo más complicadas y me fui.
Estando totalmente enfrascada en mi botella de cristal, decorándola de un fino que pa qué las prisas, oigo en la parte detrás mía, pues el aula está contigua a la entrada a la tienda de manualidades, a una compañera que decía: este señor viene a pedir unas llaves. Sin darme por aludida en absoluto, porque conmigo no iba la cosa, no volví ni la cabeza y seguí dando color a mi botella. Volví a escuchar: Marisaaaaa, que este señor viene a por unas llaves que le tienes que dar túuuuuuu.
Ahí ya sí que volví la cabeza y ¿a quién ví?: a mi pobre marido con el mono azul lleno de manchurrones y con una cara de mala leche que mejor no cruzárselo por si cae el chaparrón. Dame tus llaves, anda… Coño, ¿qué he hecho? Ayyyyy, que te he dejado encerrado en el patioooo. Ayyy, perdonaaaaa, perdonaaaaa, que no lo he hecho adrede. Toma, toma mis llaves, criaturita de mis entretelas. Mis compañeras de clase descojonaditas de la risa y yo hecha mierda.
Se me cortó el café con leche que había tomado y se me quedó una cara de acelga y un sentimiento de culpa que aún no he digerido. Pobrecico mío, encima con la solana que estaba cayendo a las cinco de la tarde… Qué malamenteeeeee, oyes….
Siempre me hago la remolona para volver a casa después de estas clases porque me encantan y me relajan una burrada, pero justo ayer, yo más que relax lo que tenía era azogue. Fatal me sentía por la jodienda de haberle dejado allí metidito; eso sí, con Frodo de compañía, que no es poco. Así que a la hora en punto de salir, ni un minuto más ni menos, me dirigí hacia casa con cara de cordero degollao, que eso suele dar resultados.
Y sí. Le di un achuchón, le pedí todo el perdón del mundo mientras él pelaba calabacines (todo hay que decirlo) y parece que la cosa se ha olvidado, pero el rato que tuvo el hombre que pasar allí, saltando una valla de tres metros más tranquilamente uno y medio de caída al otro lado, no se le pasa así como así.
Jaimitadas de esta Jaimita, que siempre tiene que liar alguna, porque si no no sería ella misma.
5 comentarios:
Uy!!! marmopi
Menudo santo de marido tienes, qué paciencia el pobre!!!
Mira el lado bueno de esto, él tiene algo que contar a sus nietos más adelante:
"Cómo su madre le dejó encerrado en un patio con la compañía de su gato y de un solo insoportable...". Y por tu parte tú nos ahs deleitado con esta historia que me ha hecho pasar un buen rato (ya imagino que a tu contrario no le hará ninguna gracia, pero esto no se lo cuentes...)
Un beso guapa
Si es que soy la repera, niña. Lo que no líe yo no lo lía nadie. Lo que dices, Uxue, que es un santo el pobre mío...
Besos, guapetona! Y gracias por la visita :-D
Entraría a dejarte un comentario... pero no me fio... eres capaz de dejarme encerrado en este texto y a quien voy a pedir yo las llaves???
Yo no encierro a casi nadie, Skiper, aunque a tí me dan ganas, jajaja
Besos, bichejooooo
jejeje, que cosas, Jaamita...Me imagino al contrario...¿Te imaginas tú, que alguien que no lo conociera, al verlo saltar la valla para salir de su encierro, hubiera llamado a The Police, pensando que ha entrado a por el cobre...no veas..
Besos.
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